El exteniente del ejército Otto Frank siempre se había sentido tan judío como alemán, pero la llegada de los nazis al poder en 1933 lo desengañó por completo. Adolf Hitler se había propuesto aniquilar a los judíos, y para ello no cesó de hostigarlos, de robarles sus propiedades y de encerrarlos en campos de concentración. Consciente de la grave amenaza que se cernía sobre ellos, Otto Frank decidió exiliarse con su familia a Amsterdam, donde fundó una pequeña fábrica de pectina. En la capital holandesa, sus dos hijas, Margot y Ana, no tardaron en hacer amistades y adaptarse a la escuela. La más pequeña, Ana, era una niña divertida, muy parlanchina, aficionada a la lectura y con un marcado carácter Sin embargo, cuando las tropas alemanas invadieron Holanda, la familia Frank tuvo que ocultarse en una casa anexa al edificio de su empresa en compañía de la familia van Pels y del dentista Fritz Pfeffer. Enclaustrada durante dos años y en una edad conflictiva, Ana vertió en su famoso diario sus quejas por las dificultades de la convivencia, sus mudables estados de ánimo, sus sueños irrenunciables, los dolorosos enfrentamientos con su madre, la añoranza de las amigas, el turbador descubrimiento del amor... y la amarga pregunta de por qué se perseguía a los judíos. Su breve vida y su testimonio conmovedor mantendrán siempre viva la memoria del Holocausto.