A partir de este diagnóstico, la autora nos plantea formas de relacionarnos comunitariamente más «sanas», menos ansiosas, que conduzcan hacia una política de mayor amparo.
¿Cómo logramos acercarnos siendo tan distintos y distantes?
¿Cómo anclarnos sensatamente en un «nosotros»?
¿Cómo desarrollar la individualidad resguardando la pluralidad?
¿Cómo pensar una comunidad amplia que ampare sin que oprima?
A partir de estas preguntas, la filósofa chilena propone una terapéutica psicopolítica y filosófica original, que piense en el rol político de los ancestros, del mito, de la música y de la voz, del nihilismo, entre otros, para imaginar un nuevo amparo:
Uno que nos cure –con algo de magia- del desarraigo del sujeto y su «logos huérfano», para así anclarnos de nuevo –o por primera vez– a una tierra de pasado, presente y futuro común de animales ancestrales.