Ya no basta con que los directivos manejen sus empresas con eficiencia, sino que además se espera que sean reales agentes de cambio por lo que buscan la legitimidad social. En medio de esta aparente confusión del empresariado, resulta fundamental definir el rol de la empresa en la sociedad. Así como también establecer ¿quién debe decidir su propósito: gerentes, directorios, administradores de fondos, accionistas, tribunales de justicia, políticos, gobiernos o consumidores? El autor desafía a los lectores a no quedarse con entre la disyuntiva que clasifica a las empresas entre buenas y malas, verdes y sucias. Existe un riesgo real que acompaña lo “políticamente correcto” en el dinamismo empresarial y en el mercado de capitales. Su conclusión es poderosa para quienes son parte del mundo empresarial.